O de comerla a solas, pues compartirla es un acto íntimo que no debe consentirse a la ligera.
“La mejor manera de comer una naranja, probablemente, es arrancarla madura del árbol, morderla en seguida y a continuación pelarla, y después de pelarla atacar gajo por gajo.
A algunos niños les gusta clavar en el corazón de la naranja una caña llena de azúcar, y después chupar. Yo no lo hice nunca.
Bajo los cristales de la galería Vittorio Emanuele de Milán, antes de que cayeran las bombas, los camareros de los dos estupendos restaurantes le pelaban a una la naranja en la mesa con habilidad y velocidad pasmosas, la cortaban en rebanadas casi transparentes y la servían rociada a pedido con azúcar glacé y alguno entre cien licores.
En este país la ambrosía es un plato tan tradicional e irrefutablemente sureño como el pastel de pacana. Mi madre me contaba lo bueno y refrescante que era, y bonito por añadidura, en los tiempos en que iba a la escuela en Virginia, emigrante de la escasez de escuelas fin de siècle en Iowa. Yo siempre lo consideré anticuado, un plato probablemente ignorado por los conservadores de hoy en día. Sólo hace poco descubrí que una manera fácil de desatar una batahola poco femenina consiste en manifestar eso ante un grupo de Hijas de Confederados… y he aquí la prueba, obtenida directamente de sus bocas, de que los dioses locales aún paladean la
Ambrosía
- Seis buenas naranjas.
- Una taza y media de azúcar.
- Una taza y media de coco rallado.
- Jerez de calidad, preferiblemente fresco.
Dividir cuidadosamente las naranjas peladas en gajos, o cortarlas en rodajas finas, y disponerlas en capas en una fuente de vidrio rociando generosamente cada capa con azúcar y coco. Cuando la fuente esté llena, verter un vaso de vino o Jerez y enfriar bien.”
Escrito por MFK Fisher en “Un alfabeto para gourmets”.
Crédito fotográfico by Elena