O de un libro del copón de la baraja, el mismísimo Julio Camba in person.
A una de las gastromusas le fascina Julio Camba, en especial su obra cumbre, La casa de Lúculo o el arte de comer. La otra prefiere no opinar y le deja hacer. A la gastromusa fascinada alguien generoso le regaló hace algún tiempo el librito en cuestión pero en versión lujo, una edición que sacó la Fundación Wellington con un porrón de fotos y datos biográficos del autor que vienen a ser como el champán a las ostras. Más o menos. Para rematar la jugada plantaron un prólogo de Manuel Vicent que no tiene desperdicio. De la primera a la última palabra, con la de intermedias plomizas que suelen pulular en el género. No es el caso. Comienza así:
“Después de leer La Casa de Lúculo de Julio Camba uno se reafirma en esta creencia: ninguna comida es indigesta, pesada y da acidez de estómago. Quienes dan acidez y resultan pesados e indigestos son cierto comensales con lo que uno, a veces, no tiene más remedio que compartir la mesa. Con gente agradable y optimista, que encara la vida con alegría, se pueden comer garbanzos con chorizo y orejas de cerdo sin que su digestión te cree el más mínimo problema. Con toda seguridad la siesta será también placentera. En cambio, una tortilla con perejil y un arroz con leche de postre pueden reventarte el alma a media tarde si los has deglutido nervioso en un almuerzo de trabajo con ejecutivos encorbatados y dispépsicos que, entre plato y plato, hablan de cotizaciones de Bolsa, de negocios rápidos y de la forma de hundir la competencia. En ese caso un simple flan de la casa puede convertirse en una bomba.”
Escrito por Manuel Vicent.
Crédito fotográfico by Marcio Hirosse